Se critica su aspiración al Congreso por el solo hecho de ser hermano del senador Yepes. ¡Vaya objeción tan baladí!
El canibalismo es un deporte nacional. Hay en Colombia un leonino regusto por devorarnos los unos a los otros.
Mantenemos los odios vigilantes, a flor de piel, para destrozar a la víctima de turno. Quien despega en cualquier escenario debe soportar, como viático de prueba, caudales amazónicos de improperios, hurgamientos perversos en su vida privada y el inventario fantasioso de delitos cometidos como autor material o intelectual. En los municipios las emulaciones son sangrientas. En épocas electorales circulan profusas hojas volantes denigratorias, desde las tribunas se disparan balas verbales, e, intempestivamente, surgen acusaciones apenas imaginadas por quienes se alimentan de cadáveres, como las hienas. Departamental y nacionalmente ocurre lo mismo. Se combate a dentelladas, los codazos son violentos y de esas refriegas carniceras sólo sobreviven los que son invulnerables.
Desde años atrás, los adversarios gratuitos de Arturo Yepes Alzate han querido estigmatizarlo, señalándole, sin pruebas. Fuera de esa despreciable malquerencia, nadie, óigase bien, ¡nadie! ha tenido el valor de formularle un solo cargo concreto que desdiga de su condición de hombre con alma de cristal. Es un personaje polémico, sí. Por el sendero que transita, deja una estela materializada en hechos tangibles que, como es obvio, suscitan controversias. Es visible su comando, siempre como líder, con talento para crear deslindes entre la cositería de los charlatanes y el amojonamiento profundo de quienes son capaces de parir historia. ¿Qué condiciones humanas tiene Arturo Yepes para responderle a la jauría impotente que ha querido clavarlo en un madero de ignominia? Pertenece a una familia meritoria, como pocas. Ómar, víctima también de salivazos mezquinos, fue eximido de noveladas transgresiones por el Consejo de Estado y la Corte Suprema de Justicia, por decisión unánime en ambas corporaciones. Ojalá otros zascandiles de emperifolladas vitrinas, con el peso del crimen a sus espaldas, pudieran mostrarle al país sentencias de absolución. Jorge Hernán es un médico sabio como profesional, con aclamada capacidad gerencial, también con estrella para la política. Sus otros hermanos, hombres y mujeres, sirven a la sociedad con atildada eficacia. Arturo es un intelectual, con específica formación para actuar en el escenario público. Conoce a profundidad cómo funciona el Estado, su tamaño y funciones, qué vínculos históricos tiene el partido Conservador con ese ente superior, cómo se justifica que el poder Ejecutivo luzca con un talante bolivariano y qué inmensa ha sido la proyección de nuestros grandes hombres en la vida de la patria.
Ha sido un pedagogo. Conocemos su persistente trabajo para formar juventudes de derecha, los seminarios para impulsarlas, la siembra de principios austeros y éticos en estas generaciones que están surgiendo para que se comprometan en nobles actividades sociales. Arturo tiene mística y verbo encendido para justificar la intervención conservadora en todo acontecimiento que tenga incidencia con el devenir de Colombia. Su presencia en el ágora, además de elegancia expositiva, está nimbada de enseñanzas. No ha necesitado palancas para sobresalir. Tiene inmensos méritos muy suyos, formación humanística, itinerario propio. Arturo irradia independencia; no es satélite de nadie. Fue un parlamentario ejemplar. Asombrosa su eficacia, su inteligente participación en debates sustantivos, la estela que dejó como legislador.
Se critica su aspiración al Congreso por el solo hecho de ser hermano del senador Yepes. ¡Vaya objeción tan baladí! Siendo Mariano Ospina Pérez jefe nacional del Partido Conservador, su hijo Mariano actuaba como senador de la República, su nuera Olga Duque de Ospina fue designada gobernadora del Huila y después Ministra. Laureano Gómez caudillo de las derechas y luego Presidente; concomitantemente su hijo Álvaro era fogoso representante o senador. Gilberto Alzate Avendaño, sol de Colombia, aseguró a su hermano Hernán, en embajadas de América y Europa. José Restrepo Restrepo mandaba en Caldas y su hijo Luis José, por méritos propios, fue secretario en gabinetes departamentales, alcalde de Manizales y después diplomático. Camilo Mejía Duque jefe del liberalismo caldense ocupaba una curul en el Senado y César su hermano, al mismo tiempo, otra en la Cámara. Alfonso López Michelsen, recordado ex presidente, mantuvo a su hijo Alfonso en las embajadas de Inglaterra y Canadá. Antonio Guerra de la Espriella es senador y su hermana María del Rosario Guerra es la actual Ministra de Comunicaciones. La senadora María Isabel Mejía Marulanda, de Risaralda, hizo incluir en la diplomacia a su hermana como embajadora ante Alemania en este gobierno tan alérgico a la politiquería. (?) Carlos Holguín Sardi, Ministro del Interior, promocionó a su hijo como embajador en Ecuador. Uribe combatió, como candidato, a los electoreros. Sin embargo, a quien es el prototipo de una demagogia pueril, José Name Terán, le incrustó a su heredera en la diplomacia norteamericana y a Santofimio Botero, le nombró su vástago en la embajada de Francia. Guillermo León Valencia cuando era Presidente de Colombia, designó a Felipe, su hijo, como su secretario privado. Este resignado país ha aceptado que el actual Vicepresidente sea Francisco Santos y Juan Manuel Santos, su primo hermano, Ministro de Defensa. Es, pues, una bullaranga de hipócritas hacer ruido porque Arturo, hermano de Ómar, aspire al Senado. Tiene pleno derecho por sus condiciones intelectuales y el proselitismo que durante muchos años ha desplegado en defensa de nuestros principios. Arturo es. Ha demostrado que tiene jerarquía propia, y es dueño de una personalidad independiente. Además en política todos tenemos posibilidades, mediante una catequización perseverante. Así lo hicieron en el pasado Alberto Mendoza Hoyos y Silvio Villegas. Y en los recientes años Víctor Renán Barco y Ómar Yepes Alzate. En política nada se regala. Todo se consigue por asaltos. Se llega al Poder pulverizando las trincheras del adversario.
A quienes se desgañitan con un "no" contra Arturo Yepes, los conservadores respondemos con un ¡sí! rotundo.
En el siglo pasado, el Partido Conservador de Caldas registró dos desembarcos victoriosos. El primero estuvo sincronizado por un guerrero colosal. Llevaba caudalosa sangre militar en sus arterias. En el instituto Universitario de Manizales dio muestras de ser un implacable boxeador. Escribió Fernando Londoño que este mozalbete se peleó con sus compañeros de curso. Para zanjar el pleito surgido por dispares criterios sobre Sócrates, retó uno a uno en sucesivas vespertinas para liquidar a puño cerrado sus diferencias conceptuales. La mano de tendones ásperos se impuso en los faldudos potreros que sirvieron de escenario a aquellos púgiles novatos. El peligroso espadachín pasó después a Medellín. Allí, bajo los verdes quitasoles del Parque de Berrío, autodescubrió múltiples facetas de su impetuosa personalidad. Llenó su poroso cerebro de latines, acumuló inútiles incisos, se atarugó de libros y comenzó a planear un asalto a la fortaleza conservadora de Antioquia. Biche aun para las comandancias, fue admitido en jerarquías menores, con gran recelo de los generales que le adivinaban su innata aptitud para los abordajes peligrosos. Desde entonces fue un insubordinado contra Laureano Gómez. Esas imprudencias lo obligaron, como abogado, a refugiarse en Manizales. Aquí se convirtió en un asceta productivo. Se hizo amigo de poetas, fraternizó con Arturo Zapara, generoso mecenas de intelectuales, inundó su alma de lecturas que lo familiarizaron ideológicamente con Hitler y Mousollini. Hizo vestir de camisas negras a la juventud fanática que lo seguía y para subsistir congruamente se entretenía ejerciendo la profesión. Gran civilista fue, amén de galanteador de reinas, anfitrión de líridas conspicuos. De memoria feliz, sorprendió a Neruda, Carranza y al Conde Agustín de Foxá recitándoles con fidelidad pasmosa las producciones poéticas de cada uno. Sin embargo, era un frustrado. Ni las bellas damas del Club Manizales, ni los éxitos económicos como jurista, ni los diálogos peripatéticos con Silvio Villegas o con Fernando Londoño tranquilizaban su espíritu. Se sentía acorralado, moviéndose en una vida que no era la suya. Su sangre guerrera hervía a borbotones, y su auténtica vocación lo convocaba a los campos de Marte. El conservatismo, entonces, estaba dirigido por una élite social, adinerada y tranquila, que imponía su voluntad telefónicamente. Desde el histórico café El Polo se impartían las consignas y a dedo señalaban los nombres de los próximos parlamentarios por los que se debía sufragar. Eran mandatos inapelables. El Mariscal se rebeló contra esos compadrazgos. Inició infatigables romerías por todos los municipios. Dormía en Aguadas, convocaba a los suyos a la hora de los maitines, daba consignas al medio día en Marmato, en las horas de la tarde visitaba Anserma, Mistrató, Supía, Belén de Umbría y la Virginia, para pernoctar en Pereira. En un fin de semana, como una ráfaga indetenible, le daba la vuelta al departamento. Esa inusitada capacidad misionera la repetía insistentemente, mientras sus contendores, familiarizados con mahometanos sometimientos reverenciales, preparaban tranquilos las determinaciones que ellos imponían a golpe de camándulas. Llegó la inolvidable Convención del Escorial. La gerontocracia tradicional se apuntalaba en unos sumisos conductores de los pueblos, leales a toda prueba, que entre rosarios y avemarías, esperaban oír las consignas de los fósiles monarcas de la tribu. Ahí fue Troya. La sorpresa mayoritaria la dio el fogoso Mariscal. Esa noche de gloria, en embestida milimétricamente sincronizada, Gilberto Alzate Avendaño, se hizo a la jefatura del Partido Conservador.
El otro asalto tuvo una estrategia bien distinta. La candidatura de Misael Pastrana hizo pedazos al conservatismo de Caldas. Los líderes nacionales se la jugaron en paro contra quien, exactamente, había sacado la mitad de la votación en una Convención llevada a cabo en Bogotá. Pastrana contó siempre con el respaldo de Mariano Ospina Pérez. José Restrepo Restrepo, Hernán Jaramillo Ocampo, Fernando Londoño, Castor Jaramillo Arrubla, Evaristo Sourdís y José Elías del Hierro, conformaron un poderoso sindicato contra Pastrana. Ese terremoto sirvió de coyuntura para el surgimiento de otras lealtades. Tres grupos, rivales entre sí, pero todos pastranistas, aparecieron en la arena. Jairo Salazar Álvarez, Darío Vera Jiménez y César Montoya Ocampo se recorrieron las provincias con la bandera del candidato. Luis Enrique Giraldo Neira, Omar Yepes Alzate, Humberto Arango Escobar marcaron una línea similar, pero distinta. Rodrigo Marín Bernal, Helgidio Ramírez y Jesús Jiménez Gómez, en rancho aparte, hicieron igual proselitismo. El triunfo de Pastrana trajo consecuencias. Los tres mosqueteros que saltaron de primeros a la arena, desaparecieron porque fueron absorbidos por cargos importantes en el nuevo gobierno o la diplomacia. El enfrentamiento, se redujo entre los grupos que dirigían Yepes y Marín. Giraldo Neira, gobernador, se dedicó a perseguir a José Restrepo y a sus amigos. Pero perdió influencia. La gente encontró albergue en la amplia y soleada casona de Yepes Alzate. Así mismo, con paciencia y tenacidad, puso a tambalear a Marín a quien desmanteló de sus adherentes. En últimas, Yepes recogió todas las huestes azules, consagrándose como su jefe único.
En Alzate había un caudillo de resplandor cenital. Era un monstruo de inteligencia superior. Soberbio, un tanto paranoico, desbordado en todo. Le gustaba el zarpazo, la acometida inesperada, el mando autoritario, el gesto olímpico. Era un fuhrer. Su presencia era avasallante. En su momento histórico, fue el hombre más grande de Colombia.
En nada se parece Yepes al mariscal Alzate. Este llegaba con fuerza de ciclón. Yepes es discreto y paciente. Alzate, acaparador y único. Yepes se tomó los comandos sin causar escozor entre sus rivales. Alzate de inteligencia asombrosa. Yepes talentoso y perseverante. Alzate abría troneras con el látigo de su verbo. Yepes, con cálculo frío, demolió poco a poco la trinchera del contrario. Los discursos de Alzate eran homéricos, de literatura arcaica. Yepes maneja un lenguaje directo, dialogante y concreto. A Alzate lo acompañaba una musa bombástica. La de Yepes es reposada, expositiva y convincente. Alzate era un retórico. La armadura mental de Yepes está saturada de realismos. Alzate escribía sobre campanas y grecolatinismos arrepentidos. El fuerte de Yepes no es el parlamento; su visión de las cosas está centrada en descarnados designios. Alzate se extraviaba en consideraciones estéticas. Yepes no «sacrifica un mundo para pulir un verso»; maneja el aquí y el ahora, y en vez de hablar, actúa. Alzate fue pródigo en enseñanzas intelectuales. Yepes deja soluciones. Al Mariscal Alzate se le recordará por lo que dijo. A Yepes por lo que hizo.
Con una reflexión adicional e increíble. Ni Alzate, ni Londoño, ni nadie, ha concentrado tanto poder como Yepes. Los que quisimos ser sus émulos quedamos tendidos en el campo. Alguna vez José Restrepo le preguntaba al entonces Director de LA PATRIA : « Dígame doctor Augusto León, qué tiene ese muchacho Yepes , de Génova -su amigo- que se apoderó del Partido y acabó con nosotros» ?
Nuestro querido jefe, Omar Yepes Alzate, es humilde. Jamás tiene actitudes de hombre soberbio. Maneja una encantadora sonrisa, de sus labios salen palabras amables, es generoso y abierto, es fraterno y amigo. Su hondo arraigo es una cuestión de química; suscita solidaridad con su destino. Villegas, Londoño y Alzate serán inolvidables por sus metáforas y retruécanos, por su lirismo embalsamado, por el Dionisio Elejalde y sus discursos constitucionales. Omar Yepes estará en el corazón del pueblo por como congresista que supo llevar luz a todas las covachas de Caldas, por las escuelas que hizo construir, por las carreteras que penetraron a todas las geografías de esta comarca, 'por los puentes sobre los ríos, en fin, porque en todas las veredas sembró su nombre con benéficas realizaciones...
Por torpezas incalificables algunas veces estuvimos lejos de sus empeños políticos. Jamás de su amistad. En esta edad de inevitable reposo, reconocer la grandeza ajena es una obligación ética. Proporciona alegría predicarlo a todos los vientos.
Al lado del sendero carreteable, poco antes del área urbana del municipio de Pijao, hay una casona construida hace más de 90 años. De un solo piso, luce alegre y confortable. La circunda una ladera de verdes caturrales, levantados a pleno sol. La vereda, «La Mina», está integrada de pequeñas parcelas que se ven como remiendos irregulares, abajo con guamales que delatan el cultivo tradicional del café arábigo, y arriba, sin sombra, en ondulado rasero de color glauco, millares de cafetos «Variedad Colombia» inmune a la calamitosa plaga de la roya. La región está poblada de campesinos de tez blanca, de manos callosas y rostros macerados por el sol, hasta hace poco bravíos soldados del Partido Conservador, y ahora desorientados por las componendas políticas de los gamonales que predican lealtad a movimientos que terminan en la letra «u», o con la palabra «Colombia» utilizada en rebuscadas sopas de frases, todas como anzuelo para aprehender incautos.
La extensa propiedad era de Don Floro Yepes y Doña Elvia Alzate, nacidos en Granada, Antioquia, matrimonio que procreó doce párvulos traviesos, todos imaginativos, rebeldes contra el agro que limitaba el horizonte de sus ambiciones. Sin embargo el jefe de la pequeña tribu, adicto al campo, dividió la finca y a cada uno de sus hijos le entregó una parcela de pocas hectáreas para su cultivo y explotación. Omar, como los demás hermanos, entreveraba el estudio en la escuela veredal con el rudo trabajo en la sementera adjudicada. Fue su maestra campesina Fabiola Laverde, joven morena de crecidos glúteos y airoso pecho de pináculos puntudos.
Omar madrugaba con la peonada, los capitaneaba dando ejemplo de ser el mejor azadonero, o el más ágil recolector del grano. Su hermana mayor, Lucelia, acarreaba el condumio al «corte», y en las tardes de calor intenso, llevaba «preparada» para bogar. Se le volvieron hoscas y ásperas las manos y por el trasiego, cuarteados los pies. Su léxico se enriqueció con palabras groseras y aprendió a lanzar interjecciones de arriería. Ese noviciado agrícola le sirvió para pensar que su destino no era el ser calificado como labriego meritorio, sino en calcular que su porvenir tenía qué construirse con educación exigente.
Aquella época fue violenta. Efraín González nacido en Puente Nacional y Tirofijo natural de Génova, se habían convertido para unos, en héroes legendarios, y para otros, en monstruosos empresarios del crimen. La radio y la prensa llenaban los espacios informativos, con noticias escabrosas protagonizadas por estos dos adalides de una revolución sangrienta. Don Floro decidió acuartelarse en el área urbana de la población. Por tres años consecutivos vivieron en Pijao. Las masacres frecuentes, las continuas muertes de cristianos inocentes, determinaron que Don Floro, en un día cualquiera, encaramara trebejos y colchones sobre un bus escalera y con toda su familia se trasladara a las tierras de Génova. Allí compró una residencia amplia en el marco de plaza, para albergar su prole revoltosa. Colocó una tienda de abarrotes para que Omar la atendiera. Su padre quería que su descendencia de orientara por los negocios en la pequeña órbita de este municipio quindiano. Don Floro se estrelló contra una roca. Doña Elvia, su esposa, decidió hacer de sus hijos hombres importantes y se apuntó decididamente por la educación. Omar fue enrumbado hacia Manizales para que hiciera bachillerato en el Colegio de Nuestra Señora. Entonces rectoraba el plantel el sacerdote Fernando Uribe García y era vicerrector quien fue posteriormente obispo y excelso orador sagrado, Augusto Trujillo Arango. Recuerda como compañeros suyos a Rodrigo Marín Bernal, que acababa de desertar de un seminario religioso en donde sobresalió por su humildad y el piadoso manejo de la camándula, Mario Calderón Rivera y Cesar Hincapié Silva.
A Omar le quedan en la memoria anécdotas picantes de esa etapa estudiantil.. El Padre Héctor Giraldo es afiebrado por el fútbol. Para poder jugar al balompié dejaba arrestados a los alumnos que mejor lo retozaban. Al sacerdote le dicen «Lalo». Un día, de puro bribón,. Omar así lo llamó. El cura amablemente lo invitó a su despacho, y al cerciorarse que estaban solos, le asestó un brutal puñetazo, que lo dejo tendido sobre las baldosas. Omar perdió el sentido. La rápida atención de los médicos solicitada por el asustado levita por el estado cataléptico de su víctima inocente, puso a salvo la conciencia del cura en aquel dramático episodio.
A un compañero suyo, Juan de Dios Acevedo, lo llamaban Juancho Muelas, holgazán divertidísimo y zumbón que se ingeniaba para meter desórdenes. Efrén Cardona Chica, era profesor que a veces tenía qué soportar las triquiñuelas maldadosas de Acevedo, experto en el boleo de arepas cuando quería protestar contra la alimentación que se daba en el plantel. A raíz de esos desórdenes, un alumno socarrón escribió el siguiente cuarteto:
Al carepalo de Efrén también hay que entrarlo al caso que por lambón y tirano se chupó un buen arepazo.
En los años de bachillerato Omar se distinguió por su afición a los deportes. Era baquiano para atajar el balón disparado contra el arco, manejaba con pericia las bicicletas y recitaba de memoria los nombres de todos los jugadores de los diversos equipos de Colombia con su respectiva alineación. Todos sus compañeros creían que iba ser un gomoso locutor radial.
Omar tiene capacidad innata para el canto. En el Colegio de Nuestra Señora era contratado por sus compañeros para las serenatas. Con esa voz, evocadora y sensual, mitad Agustín Lara y mitad Hugo Romani, se convirtió en un Porfirio Rubirosa de quien se enamoraban las quinceañeras. Aun subsiste su debilidad por el bolero. Las tenidas sociales con Omar son memorables. Eran frecuentes sus veladas con Jaime Pava Navarro, Omar con voz sentimental y arrulladora y Pava, artista para las tonadas mejicanas.
Con Alberto Gómez Gómez, organizó un dúo para interpretar canciones populares. Se volvieron expertos en música de Los Cuyos y de las Hermanitas Padilla. Yepes, entonces émulo de Julio Jaramillo y del Caballero Gaucho, entonaba «Viejo farol», la «Mujer maldita» y «Si no me querés te corto la cara». Además se volvió experto en corridos de «tusa» que adornaba con unos horribles falsetes. Entonces, la voz de Alberto era chillona y la de Omar, tenía eco lánguido y tristón.
Finalizado el bachillerato, Omar se enrumbó hacia la Universidad de Antioquia a estudiar economía., cupo conseguido por el entonces gobernador de Caldas. General Gustavo Sierra Ochoa, amigo confidente de don Floro. Solo tres meses estuvo en Medellín.
Allí lo cogió el «golpe de opinión» del 10 de mayo de 1.957, contra el Presidente Rojas Pinilla. Yepes tomó la decisión de regresar a Manizales. Ingresó como asistente a la Facultad de Derecho de la Universidad de Caldas y entre 1.958 y 1962 culminó sus estudios universitarios.
Era decano de la Facultad de Derecho Adolfo Vélez Echeverri. Yepes comandó una huelga estudiantil en su contra. Puso en militancia la política de los brazos caídos con los alumnos sentados en todas las gradas del edificio, dándole vigencia a la tesis alzatista de que una forma de actuar activamente, en una revuelta popular, era dar de vacaciones a la actividad laboral.
Tulio Gómez Estrada era un santo varón de Dios. Tenía su oficina de acreditado abogado civilista en el Edificio Estrada, al lado de la de Juan Botero Trujillo, un poco más arriba del despacho de Hernando Lozano Palacio. Su cabeza era blanca, caminaba con timidez, y aunque camandulero, mantenía secretos flirteos con alguna damisela. Hasta su muerte fue profesor de calificados atributos. Gamaliel López García era su alumno en Personas. Omar pasó el examen de fin de año sin contratiempo alguno. Gamaliel, indisciplinado y faltón de clases, fue rajado por Gómez. Le dieron otra oportunidad. De nuevo, fueron descalificados sus conocimientos en civil. Esa dificultad para graduarse quiso sortearla el alumno en varias ocasiones. En la amargura de su reiterada desventura, dijo Gamaliel: «Vamos a ver quién se cansa primero, si yo terco en presentar ese preparatorio o Tulio Gómez rajándome».
Yepes era inocentón. Con Augusto León Restrepo visitó una exposición de pintura. Al salir, su amigo le pregunta: « ¿Omar cuál te gustó? «. Y éste, entre cándido e ignorante, le contesta: « Ese al que el pintor le puso el nombre de «adquirido».- El ingenuo Yepes no sabía que esa palabra quería indicar que el cuadro ya había sido vendido.,
Cuando terminó carrera de derecho, Omar, en tren, hizo un paseo a la Costa. Sus compañeros se aterraron cuando en la Estación de la Dorada, se presentó vestido de paño, de riguroso negro, más un pesado abrigo encima, como si el viaje fuera para el páramo. Así pasó por calcinantes tierras ribereñas del Río Magdalena. En Santa Marta, como un extraterrestre, conoció el mar y sus playas arenosas, ensopado con semejante indumentaria. Sus amigos en aquella correría pensaron que a Omar le estaba patinando el coco.
Yepes recuerda, con especial cariño, a sus compañeros de universidad. María Amelia Jaramillo, Norma Velásquez Garcés, Hernando Yepes Arcila, Emilio Echeverri Mejía, Lucía Corrales, María Teresa Londoño, Augusto León Restrepo. La amistad de Omar era buscada porque entre todos los estudiantes de esa época, era el único que llegaba en vistoso carro particular, un Ford Taunus, elegancia pueblerina que derretía de envidia a sus coetáneos. Yepes se daba ínfulas de importancia, ante un alumnado sorprendido por su potencial económico, permitiéndose, además, el lujo de acarrear a universitarias hermosas y a los petimetres más significativos de la juventud universitaria.
En el entre tanto, Don Floro, su padre, administraba la finca cafetera de Génova. Ya residente en Manizales con su familia, iba y venía en los fines de semana, atendía congruamente la economía familiar y daba parte al jefe Gilberto Alzate Avendaño de cómo marchaba el conservatismo en el Quindío. Eran, allá, sus amigos, Luis Granada Mejía, Ernesto Ceballos Ramírez, Evelio Henao Gallego, José María Patiño Sanz, bizarros conductores que en aquel azaroso medio de violencia, mantenían la mística del partido.
El perfil de jefe aguerrido que tenía Don Floro, le ganó la malquerencia de solapados enemigos. El 27 de junio de 1.961, cuando se disponía ingresar a su residencia, en Manizales, dentro de su vehículo, fue asesinado por sicarios.
Floro Yepes fue líder de singular relieve. Entendía su misión como una militancia sagrada al servicio de unos principios imperecederos. En los municipios del Quindío, en donde vivió, era la voz mayor, el que convocaba las huestes azules, el que definía el sendero del conservatismo. Le tocó vivir la peor época de la violencia. Entre Río Verde, de Pijao, hasta el casco urbano de esta población, el viajero encontraba en cada curva cruces recordatorias de delitos inenarrables.
Entonces desde Barragán, pequeño caserío cercano a Caicedonia hasta la población de Génova, había que ir en bestia porque no existía comunicación carreteable. Eran caminos cargados de sorpresas, con asaltos continuos, con la vida humana desvalorizada ante las acometidas inesperadas de los enemigos de la paz. Ese clima lo vivió el señor padre de Omar. Finalmente cayó como una víctima más de las ciegas pasiones.
Esos dolorosos antecedentes fueron germen para la vocación política de Omar. Desaparecido su padre, le tocó asumir la responsabilidad de conductor mayor de su familia. Alternaba el manejo de la hacienda cafetera con sus primeras audacias como abogado.
Contrató la sucesión de su progenitor, mas la Parte Civil contra los asesinos, con Luis Granada Mejía, entonces con altaneras condiciones de conductor de masas. Disgustándole la política, su amistad con el jefe quindiano, la condujo a la militancia. Qué hizo Omar? Organizó el Comando Departamental de Juventudes Conservadores, integrado, entre otros, por Luis José Restrepo, Emilio Echeverri Mejía, Hernando Yepes, Bernardo Cano, Augusto Gómez Botero, Baltasar Ochoa. Estos nuevos legionarios se dedicaron a recorrer el departamento en denodada acción proselitista.
Omar no había cumplido todavía con su año de judicatura. Recurrió, entonces, donde su amigo el magistrado Clímaco Sepúlveda quien lo postuló y logró que el Tribunal lo nombrara Juez 2o Civil Municipal de Manizales. Una vez cumplido el requisito para graduarse, Granada lo hizo elegir diputado. Fue la alterada época de la desmembración de Caldas. Los debates en la duma fueron escalofriantes. Una parte de los legisladores comarcanos propiciaban la creación de Risaralda y el Quindío como entidades autónomas y la otra se atrincheraba en la unidad del departamento. Pese a la oposición, el Congreso nacional dio luz verde a las aspiraciones de las entidades que se querían independizar.
A partir de la diputación, Omar comenzó a tener vuelo propio. Ingresó a la Dirección Nacional de Juventudes, con la presidencia del imaginativo poeta Eduardo Cote Lamus, luego de Cornelio Reyes y por último de Alfredo Taboada Buelvas.
Nombraron Gobernador de Caldas al General Armando Vanegas Maldonado, cuñado de Misael Pastrana. El militar en su gabinete departamental incluyó a Diego Giraldo Restrepo como secretario de gobierno, Jaime Zuluaga Vargas en hacienda y Omar Yepes Alzate en educación. Con el cambio de gobernador, Omar abrió oficina de Abogado y poco después fue el asesor jurídico del Banco de Caldas.
Llegó la campaña presidencial de Misael Pastrana. Los directivos nacionales invitaron a Omar para que ingresara a ella. De inmediato organizó su equipo. Humberto Arango Escobar, Guillermo Botero Gómez, Luis Ocampo Londoño, Luis Enrique Giraldo Neira, Mario Villegas Pérez, Rubelio Valencia se incorporaron con fervor inusitado para hacer viable la presidencia del candidato conservador. Siendo ya fuerte electoralmente, y pudiéndose hacer elegir para el parlamento, en forma desprendida, en 1968, entregó la cabeza de lista del senado a Guillermo Isaza Mejía, v la de Cámara a Rodrigo Marín Bernal
Encabezó Concejo de Manizales con Mario Calderón Rivera y en un acto de inusitada generosidad se colocó para la primera suplencia de esta corporación. En 1.970, pese a haber sido aclamado para encabezar Senado, declinó otra vez en Isaza y en Marín para la Cámara. Giraldo Neira fue nombrado Gobernador. Ernesto Gutiérrez Arango designado alcalde de Manizales, le entregó a Yepes el manejo de la Secretaría de Hacienda.
En 1.972, Yepes encabezó Concejo para la ciudad de Manizales. Sus contendores eran Fernando Londoño y Londoño, Alfonso López Michelsen, Guillermo Hernández Rodríguez, María Eugenia Rojas y Liborio Chica Hincapié.
Propaganda Sancho cuyo propietario era Arturo Arango Uribe, se inventó una publicidad endemoniada para resaltar los nombres de los aspirantes al cuerpo edilicio de la ciudad.. Mas o menos decía lo siguiente:
Fernando Londoño, candidato presidencial, ex ministro, exembajador, hijo de Manizales. Alfonso López Michelsen ex parlamentario, candidato presidencial. Hernández Rodríguez, ideólogo de la izquierda colombiana.
María Eugenia Rojas, hija del expresidente Rojas Pinilla.
Omar Yepes, desconocido, de Génova, Quindío.
Pese a esa diabólica zancadilla, Londoño sacó 6.300 votos y Yepes 3.600.
Omar no es orador. Era por aquellos tiempos un personaje tímido para la tribuna. El equipo humano de Granada Mejía viajó a Aguadas a presidir una concentración conservadora. Allí los recibió Antonio Jiménez Estrada que era un tribuno de respeto.
Granada a los empujones aventó a Yepes a la tribuna para que perdiera la virginidad como orador. Aquello fue una vergüenza. De pocas palabras, tembloroso, no supo qué decir del miedo que tenía. Guillermo Ocampo que estaba presente, le dijo a Omar: «Nos dejaste avergonzados»..
La vida se construye a base de sorpresas. Los émulos de Omar jamás creímos que este quindiano acabara con todas las viejas jerarquías conservadoras y dejara liquidados a quienes pretendieron disputarle su ascendencia en las masas del conservatismo.
Por cuarenta años, ha sido el Jefe del Partido. Los que hemos hecho política en el departamento en esos cuatro decenios, hemos estado con él, o en contra suya . A todos nos ganó en franca lid. Con una excelsa condición: nunca salen de sus labios malas palabras para descalificar a sus contrincantes. Es un ejemplo de decencia política. No cierra, tampoco, las puertas. Despide con hidalguía a los que se quieren ir, o los recibe cordialmente cuando regresan o llegan por primera vez.
Cómo logró Yepes ser, sin rival, el exclusivo conductor de nuestro partido? Es laborioso, insistente, acucioso administrador, servicial, generoso, amplio y abierto en la amistad. Desde el comienzo de su vida pública tuvo persistencia para fabricar amistades con los jefes de los municipios, los sirvió, mantuvo contacto, casi diario, con ellos. Mientras los otros hacían visitas a los pueblos cuando llegaban las elecciones, Omar no solo regresaba a los municipios, sino que inició un recurrente contacto con las veredas. Puede decirse que no existe aldea de Caldas, por ínfima que sea, que no recibiera su visita. Algo más: Por todas las cañadas del departamento, por sus filos y laderas hay puentes, electrificación, escuelas, carreteras, puesto de salud, alcantarillados, colegios, todo conseguido por la laboriosidad, sin descanso, de este legislador. Se ganó, no gratuitamente, el cariño del pueblo.
Caldas ha tenido parlamentarios más vistosos que Yepes. De pronto mejores oradores. Tal vez de mayor postín para relumbrar. Con Cámaras televisivas a su servicio. Con periodistas encargados de inflar personajes mediocres. Omar no ha vivido para la publicidad. La rehúye. Pero mientras otros se embriagan con discursos, o regodean su ego en letras de molde, o fabrican rimas, y cuidan estros fecundos, Yepes realiza. Los otros pueden ser unos duendes para la palabra. Yepes es una hormiga laboriosa con cimientos inamovibles, yuxtaponiendo roca sobre roca, dándole firmeza a su edificio político.
En pocas palabras: ha sido un fenómeno. Es inconcebible que surgiera con más poder que Alzate, -un semidiós-, que Londoño, Silvio Villegas o José Restrepo. Durante 40 años fue el amo, la conciencia administrativa, el inspirador del buen gobierno. Sin envanecimientos. El Poder no le hizo perder el equilibrio. Es sobrio, recto, sencillo, casi elemental en el trato social. Alzate era imperativo, Londoño, elitista, Silvio, guerrero, Restrepo, ejecutor de realidades. Yepes eliminó defectos. De corazón bondadoso, cercano al pueblo, pacifista en sus mensajes, realizador de propósitos. En el campo concreto de las obras, a todos superó.
Muchas veces hemos estado al lado de Yepes en las tribunas. Generalmente pronunciando malos discursos, y de pronto, algunos, apenas regulares. Herederos intelectualmente de Alzate, tratamos de escoger las palabras, hacer sinfonías retóricas, darle aliento poético a las intervenciones. Ese martirio no lo sufre Omar. Cuando habla en público, no padece el agobio de la belleza, ni lo encadenan los períodos con eco sonoro. La suya es una exposición conceptual, golpea con ideas macizas y señalamientos precisos. Por eso, después de esos areópagos, él reafirma su condición de jefe, y nosotros nos quedamos con las florituras que poco trascienden. No es pequeña la diferencia.
Algún día Omar no estará en la política. Qué nos queda de él ? Su desvelo por el pueblo. Su afán por llevar soluciones a las regiones más necesitadas. El sentido misional que le ha dado a la gesta electoral. Su independencia para opinar. Su altivez para comportarse como un jefe nacional del conservatismo.
El diario El Siglo de Bogotá, en un editorial, lo proclamó como candidato a la Presidencia del país. Por lo visto, otros tienen mejor visión del futuro y más acertados vaticinios para diagnosticar lo que le conviene a nuestra patria.
Siempre hemos sido devotos de la memoria de Gilberto Alzate Avendaño. Como él, ninguno. Por caminos, casi antagónicos, Yepes y Alzate llegaron al poder. Lo que escribimos, por tener permanente vigencia, servirá de broche a la semblanza de este Yepes que realizó, sin aspavientos, un hilo trascendental en la vida política de Caldas.
Mi jefe y amigo, dentro de veinte años, será un viejito adorable. Tendrá la voz apagada, con balbuceos temblorosos, incapaz de pronunciar palabras con todas sus sílabas, con hondos vacíos en su memoria versátil. Al conversar dispersará ripios de saliva y sus labios no encortinarán completamente el blanco marfil de sus dientes. Su nariz arrugada que años atrás fuera olfativa de peligros, se alzará sobre un pequeño montículo, incapaz de diferenciar el aroma de una rosa, de los vapores desintegrados de la naturaleza muerta. Sus ojos con reflejos irisados confundirá los colores, verá bultos y para saber quién le conversa, solicitará ayuda de un joven lazarillo que lo sacará de apuros de su tiniebla visual. Entonces conversará desempolvando almanaques, con hitos de gloria y registro doloroso de pasajeras adversidades. Con atisbos marrulleros, contemplará unos pocos paisajes de lealtad y muchos abrojos de traiciones. Será un longevo cascarrabias y burlón. En la penumbra auditiva escuchará los elogios tardíos de los pocos amigos que le quedan y lanzará crudos adjetivos para referirse a los judas que lo abandonaron. Padecerá torturas en sus evocaciones apremiantes. Rescatará de los añosos pajonales, muchos capítulos clandestinos cuando periclitaba, al escondido, ante provocativas tentaciones. Su frente, llena de zanjones profundos, estará cubierta por un telón con registro de las picardías zanahorias esparcidas en la travesía de su prolongada existencia. Y en su testa no quedarán siquiera diminutos mechones de nieve.
En la melancolía de los atardeceres escarbará, en el escondite de los recuerdos, los pasajes perdurables de su vida. Allá lejos se oirán los retozos cansados de un bus escalera que tantas veces utilizó en las penurias económicas para visitar a sus entusiastas seguidores. Entre enjalmas con olor a mataduras, al lado de cochinos escandalosos, apaciguando fierezas caninas y conversando con don Raimundo y todo el mundo, llegaba a los extramuros geográficos de Caldas a administrar el sagrado sacramento de la palabra. Rememorará cómo su dicción, inicialmente tortuosa, se fue afilando, cargada de monosílabos mandones y de algunas entelequias discursivas. Mientras sus émulos hacían fiestas sabatinas y domingueaban con sus novias, este campirano montaba en cabalgaduras resistentes, bajaba por caminos estrechos y encharcados y escalaba después, loma arriba, hasta un confín de nubes, en donde encontraba enarbolada la bandera azul. Cómo olvidar el centenar de caballos fogosos, a orillas del río La Miel, jineteados por hombres de rudas bozachas, con gargantas humedecidas con guarapos embotellados en los trapiches vecinos, puestos los zamarros y brillantes los espolines plateados, trémulos de emoción conservadora. Cuando este abuelo benévolo se apeaba de un carruaje maltrecho, aquel paisaje tronaba con vocerío arrollador. En medio de esa algazara, montado en la más briosa potranca del contorno, el Jefe capitaneaba la comparsa, musicalizada con el repique sonoro de los cascos sobre los empedrados y el relincho sofocado de los rocinantes. En lontananza, junto a las estrellas, un pueblo alegre lo esperaba. El cura párroco, a la vanguardia de una multitud, parado en un altillo, y frente a un micrófono bulloso, en prosa cervantina, daba salutación a este Hijo de David. El tañido de las campanas, con sabor de madrugada, las fanfarrias musicales, el colorido chillón de las bastoneras, el aplauso hemorrágico de los campesinos, todo se convertía en una explosiva acuarela tropical.
A pesar de sus malicias, fue ingenuo una y otra vez. Algunas raposas, que después le dieron la espalda, utilizaron su influencia para medrar en nóminas jugosas, atragantarse de honores, hasta lograr pingues jubilaciones.
Hoy se le esconden porque el pecado es cobarde. Los sinsabores de la ingratitud lo convirtieron en un filósofo rumiador de lejanías. Mirará con asco en la llanura, ahora cubierta de sombras, a atorrantes despreciables, cortesanos hincados, intrigantes de pasillos, moralistas hipócritas, lobos hambrientos, cuervos buscadores de carroña, vil resaca del género humano. Por eso los recordará con desprecio.
El anciano de esta fabulilla goza hoy de cabal salud. Con bríos de mocetón, memoria fiel para las añoranzas, lúcido sentido común para sus exposiciones, carácter adobado de prudencia, programado para vivir una centuria. Tiene mirada con proyección de ausencias, acaricia en su garganta una dulzaina incorporada, sabio también en estadísticas electorales. Ha batallado por cuarenta años en el comando del conservatismo.
Por temperamento, es esquivo. Pero ahora, este Omar Yepes Alzate, tendrá qué resignarse a recibir el reconocimiento ciudadano antes de ingresar al invernadero de la historia. Omar, para qué flores en la tumba. En vida, hermano, en vida, se hacen los homenajes.
Ni en el estéril suelo del África ahíto de barbarie, fue superada la fantasía malvada de estos Atilas criollos que con premeditación y sevicia tronchaban cuerpos y cabezas de inermes grupos humanos.
Italia, como Colombia, vivió un largo y trágico vía crucis desencadenado por mafias desalmadas, que se incrustaron en todos los estamentos del Estado. Sicilia se convirtió en el símbolo de la inmoralidad, orientada por corruptos, sometida al régimen atroz de los corleones. Se asesinaban sus jueces, el gobierno se compartía con los bandidos, y la hermosa Isla mediterránea era distribuida, para su manejo, entre bandas de sicarios que, con la omertá, la ley del silencio, sujetaba la población a una permanente psicosis de terror. Mario Puzzo con su libro “El Padrino” le descubrió al mundo la dimensión de una sociedad desintegrada, el híbrido magnetismo de los reyezuelos del crimen que, entre rosarios y blasfemias, ordenaban con frialdad pasmosa, la comisión de delitos horripilantes. Muchos políticos italianos tenían allí su plataforma electoral, siempre en maridaje con los monstruos que capitaneaban la delincuencia. Eran legisladores comprometidos para oponerse a los proyectos de leyes que perjudicaran ese contubernio maldadoso, vigilantes en el parlamento del bienestar de sus socios. Giulio Andreotti, de la Democracia Cristiana, Jefe de Gobierno por repetidos quinquenios, detenido por años y finalmente absuelto, fue señalado de tener pactos perversos con estas organizaciones secretas. Por la misma época irrumpieron en Italia las Brigadas Rojas, grupos de fanáticos, expertos en actos terroristas y en la comisión de homicidios de símbolos humanos. Aldo Moro fue secuestrado y poco después inmolado por los bárbaros. Nunca un país había soportado una mayor crisis de todos los valores.
A Italia la salvó el Poder Judicial. La vigorosa voz de un pueblo sojuzgado resurgió de las tumbas, del luto de las viudas, del desamparo de los huérfanos, que en emotivo movimiento colectivo, clamó por las “manos limpias”. Se capturaron y enjaularon los mafiosos, transportados después, enracimados, a los recintos de la justicia, y pese a sus amenazas y gritos coléricos, uno a uno fueron condenados. Fue esa una paciente labor de años, y aunque hubo muchas muertes de magistrados cometidas por sicarios, se logró la anhelada asepsia de las costumbres.
Ese triste paisaje histórico de la nación europea, hoy se revive aquí, entre exclamaciones irresponsables contra la Corte Suprema de Justicia. En estos últimos seis años se desbordó, como un maremoto, el más infernal desenfreno de la delincuencia. Los barones de un paramilitarismo perverso, irrumpieron como un ciclón devastador que nos ha colocado en rebajado y despreciable nivel, como en su momento, lo tuviera la Sicilia italiana. Gobernadores, alcaldes, unidades del Ejército y la Policía, participaron en el criminal desorden institucional. Los santos dineros del Estado sirvieron para fortalecer la cadena de asesinos expertos en la manipulación de sierras eléctricas, en el ahogamiento por asfixia, en el asalto nocturno a pequeños poblados, en el frenesí diabólico de unos depravados que musicalizaban con rancheras el sacrificio de seres indefensos.
Ni en el estéril suelo del África ahíto de barbarie, fue superada la fantasía malvada de estos Atilas criollos que con premeditación y sevicia tronchaban cuerpos y cabezas de inermes grupos humanos. Con los caudales que desaguaban de las arcas oficiales por manipulación dolosa de funcionarios, parlamentarios y políticos de todos los niveles, se remuneraba a los enloquecidos genocidas. Tantos crímenes no podían quedar en la impunidad. Con sobresalto espiritual nos hemos percatado que este país estaba quedando en manos de los paramilitares. El señor Mancuso, con desfachatez olímpica, afirmaba que las autodefensas habían penetrado todos los organismos del Estado. ¡Cierto! Ahora el ventilador ha volatilizado los excrementos. Senadores, representantes, diputados y alcaldes, en escritos irrebatibles, o mediante asambleas celebradas con el contubernio de la oscuridad, o en francachelas espirituosas en los ranchos de los facinerosos, pactaron la distribución de los dineros públicos que ingresaban a las tesorerías, para que solapadamente y con apariencias legales, fueron desviados para favorecer los ejércitos de la maldad.
La Corte Suprema está limpiando el rostro de la Patria. Si la refundación, como pregonaban los caporales, se iba a lograr por la brecha del delito, muy pronto o ya, seríamos estampillados ante el mundo como la nación más despreciable de la tierra. Para cauterizar esa arteria por donde circulaba un agua fétida, surgió como un milagro la acción de la justicia. Se quejan desde los presidios por la vileza de los acusadores. Exactamente esa es la zona purulenta de donde brota la prueba incriminadora. Los parlamentarios o altos funcionarios públicos, no iban a utilizar para sus fechorías a personajes diamantinos. Tenían que buscar, allá en la resaca humana, a Yidis impúdicas, a Teodolindos de columna vertebral abisagrada, a Pitirris deshonestos, para cometer sus peculados, para armar sibilinamente sus cohechos, para coronar sus apetencias burocráticas o para engordar sus fortunas. A esa cadena de felicidad tramposa le está poniendo fin nuestra justicia. Corolario para este sombrío telón de fondo, oprobioso y empequeñecedor, es el respaldo absoluto a la acción moralizadora de los jueces.