lunes, 1 de junio de 2009

¿Arturo Yepes? ¡NO!





Se critica su aspiración al Congreso por el solo hecho de ser hermano del senador Yepes. ¡Vaya objeción tan baladí!


El canibalismo es un deporte nacional. Hay en Colombia un leonino regusto por devorarnos los unos a los otros.



Mantenemos los odios vigilantes, a flor de piel, para destrozar a la víctima de turno. Quien despega en cualquier escenario debe soportar, como viático de prueba, caudales amazónicos de improperios, hurgamientos perversos en su vida privada y el inventario fantasioso de delitos cometidos como autor material o intelectual. En los municipios las emulaciones son sangrientas. En épocas electorales circulan profusas hojas volantes denigratorias, desde las tribunas se disparan balas verbales, e, intempestivamente, surgen acusaciones apenas imaginadas por quienes se alimentan de cadáveres, como las hienas. Departamental y nacionalmente ocurre lo mismo. Se combate a dentelladas, los codazos son violentos y de esas refriegas carniceras sólo sobreviven los que son invulnerables.


Desde años atrás, los adversarios gratuitos de Arturo Yepes Alzate han querido estigmatizarlo, señalándole, sin pruebas. Fuera de esa despreciable malquerencia, nadie, óigase bien, ¡nadie! ha tenido el valor de formularle un solo cargo concreto que desdiga de su condición de hombre con alma de cristal. Es un personaje polémico, sí. Por el sendero que transita, deja una estela materializada en hechos tangibles que, como es obvio, suscitan controversias. Es visible su comando, siempre como líder, con talento para crear deslindes entre la cositería de los charlatanes y el amojonamiento profundo de quienes son capaces de parir historia.
¿Qué condiciones humanas tiene Arturo Yepes para responderle a la jauría impotente que ha querido clavarlo en un madero de ignominia? Pertenece a una familia meritoria, como pocas. Ómar, víctima también de salivazos mezquinos, fue eximido de noveladas transgresiones por el Consejo de Estado y la Corte Suprema de Justicia, por decisión unánime en ambas corporaciones. Ojalá otros zascandiles de emperifolladas vitrinas, con el peso del crimen a sus espaldas, pudieran mostrarle al país sentencias de absolución. Jorge Hernán es un médico sabio como profesional, con aclamada capacidad gerencial, también con estrella para la política. Sus otros hermanos, hombres y mujeres, sirven a la sociedad con atildada eficacia.
Arturo es un intelectual, con específica formación para actuar en el escenario público. Conoce a profundidad cómo funciona el Estado, su tamaño y funciones, qué vínculos históricos tiene el partido Conservador con ese ente superior, cómo se justifica que el poder Ejecutivo luzca con un talante bolivariano y qué inmensa ha sido la proyección de nuestros grandes hombres en la vida de la patria.


Ha sido un pedagogo. Conocemos su persistente trabajo para formar juventudes de derecha, los seminarios para impulsarlas, la siembra de principios austeros y éticos en estas generaciones que están surgiendo para que se comprometan en nobles actividades sociales. Arturo tiene mística y verbo encendido para justificar la intervención conservadora en todo acontecimiento que tenga incidencia con el devenir de Colombia. Su presencia en el ágora, además de elegancia expositiva, está nimbada de enseñanzas. No ha necesitado palancas para sobresalir. Tiene inmensos méritos muy suyos, formación humanística, itinerario propio. Arturo irradia independencia; no es satélite de nadie. Fue un parlamentario ejemplar. Asombrosa su eficacia, su inteligente participación en debates sustantivos, la estela que dejó como legislador.


Se critica su aspiración al Congreso por el solo hecho de ser hermano del senador Yepes. ¡Vaya objeción tan baladí! Siendo Mariano Ospina Pérez jefe nacional del Partido Conservador, su hijo Mariano actuaba como senador de la República, su nuera Olga Duque de Ospina fue designada gobernadora del Huila y después Ministra. Laureano Gómez caudillo de las derechas y luego Presidente; concomitantemente su hijo Álvaro era fogoso representante o senador. Gilberto Alzate Avendaño, sol de Colombia, aseguró a su hermano Hernán, en embajadas de América y Europa. José Restrepo Restrepo mandaba en Caldas y su hijo Luis José, por méritos propios, fue secretario en gabinetes departamentales, alcalde de Manizales y después diplomático. Camilo Mejía Duque jefe del liberalismo caldense ocupaba una curul en el Senado y César su hermano, al mismo tiempo, otra en la Cámara. Alfonso López Michelsen, recordado ex presidente, mantuvo a su hijo Alfonso en las embajadas de Inglaterra y Canadá. Antonio Guerra de la Espriella es senador y su hermana María del Rosario Guerra es la actual Ministra de Comunicaciones. La senadora María Isabel Mejía Marulanda, de Risaralda, hizo incluir en la diplomacia a su hermana como embajadora ante Alemania en este gobierno tan alérgico a la politiquería. (?) Carlos Holguín Sardi, Ministro del Interior, promocionó a su hijo como embajador en Ecuador. Uribe combatió, como candidato, a los electoreros. Sin embargo, a quien es el prototipo de una demagogia pueril, José Name Terán, le incrustó a su heredera en la diplomacia norteamericana y a Santofimio Botero, le nombró su vástago en la embajada de Francia. Guillermo León Valencia cuando era Presidente de Colombia, designó a Felipe, su hijo, como su secretario privado. Este resignado país ha aceptado que el actual Vicepresidente sea Francisco Santos y Juan Manuel Santos, su primo hermano, Ministro de Defensa. Es, pues, una bullaranga de hipócritas hacer ruido porque Arturo, hermano de Ómar, aspire al Senado. Tiene pleno derecho por sus condiciones intelectuales y el proselitismo que durante muchos años ha desplegado en defensa de nuestros principios. Arturo es. Ha demostrado que tiene jerarquía propia, y es dueño de una personalidad independiente. Además en política todos tenemos posibilidades, mediante una catequización perseverante. Así lo hicieron en el pasado Alberto Mendoza Hoyos y Silvio Villegas. Y en los recientes años Víctor Renán Barco y Ómar Yepes Alzate. En política nada se regala. Todo se consigue por asaltos. Se llega al Poder pulverizando las trincheras del adversario.


A quienes se desgañitan con un "no" contra Arturo Yepes, los conservadores respondemos con un ¡sí! rotundo.


Gilberto Alzate VS Omar Yepes



En el siglo pasado, el Partido Conservador de Caldas registró dos desembarcos victoriosos. El primero estuvo sincronizado por un guerrero colosal. Llevaba caudalosa sangre militar en sus arterias. En el instituto Universitario de Manizales dio muestras de ser un implacable boxeador. Escribió Fernando Londoño que este mozalbete se peleó con sus compañeros de curso. Para zanjar el pleito surgido por dispares criterios sobre Sócrates, retó uno a uno en sucesivas vespertinas para liquidar a puño cerrado sus diferencias conceptuales. La mano de tendones ásperos se impuso en los faldudos potreros que sirvieron de escenario a aquellos púgiles novatos. El peligroso espadachín pasó después a Medellín. Allí, bajo los verdes quitasoles del Parque de Berrío, autodescubrió múltiples facetas de su impetuosa personalidad. Llenó su poroso cerebro de latines, acumuló inútiles incisos, se atarugó de libros y comenzó a planear un asalto a la fortaleza conservadora de Antioquia. Biche aun para las comandancias, fue admitido en jerarquías menores, con gran recelo de los generales que le adivinaban su innata aptitud para los abordajes peligrosos. Desde entonces fue un insubordinado contra Laureano Gómez. Esas imprudencias lo obligaron, como abogado, a refugiarse en Manizales. Aquí se convirtió en un asceta productivo. Se hizo amigo de poetas, fraternizó con Arturo Zapara, generoso mecenas de intelectuales, inundó su alma de lecturas que lo familiarizaron ideológicamente con Hitler y Mousollini. Hizo vestir de camisas negras a la juventud fanática que lo seguía y para subsistir congruamente se entretenía ejerciendo la profesión. Gran civilista fue, amén de galanteador de reinas, anfitrión de líridas conspicuos. De memoria feliz, sorprendió a Neruda, Carranza y al Conde Agustín de Foxá recitándoles con fidelidad pasmosa las producciones poéticas de cada uno. Sin embargo, era un frustrado. Ni las bellas damas del Club Manizales, ni los éxitos económicos como jurista, ni los diálogos peripatéticos con Silvio Villegas o con Fernando Londoño tranquilizaban su espíritu. Se sentía acorralado, moviéndose en una vida que no era la suya. Su sangre guerrera hervía a borbotones, y su auténtica vocación lo convocaba a los campos de Marte. El conservatismo, entonces, estaba dirigido por una élite social, adinerada y tranquila, que imponía su voluntad telefónicamente. Desde el histórico café El Polo se impartían las consignas y a dedo señalaban los nombres de los próximos parlamentarios por los que se debía sufragar. Eran mandatos inapelables. El Mariscal se rebeló contra esos compadrazgos. Inició infatigables romerías por todos los municipios. Dormía en Aguadas, convocaba a los suyos a la hora de los maitines, daba consignas al medio día en Marmato, en las horas de la tarde visitaba Anserma, Mistrató, Supía, Belén de Umbría y la Virginia, para pernoctar en Pereira. En un fin de semana, como una ráfaga indetenible, le daba la vuelta al departamento. Esa inusitada capacidad misionera la repetía insistentemente, mientras sus contendores, familiarizados con mahometanos sometimientos reverenciales, preparaban tranquilos las determinaciones que ellos imponían a golpe de camándulas. Llegó la inolvidable Convención del Escorial. La gerontocracia tradicional se apuntalaba en unos sumisos conductores de los pueblos, leales a toda prueba, que entre rosarios y avemarías, esperaban oír las consignas de los fósiles monarcas de la tribu. Ahí fue Troya. La sorpresa mayoritaria la dio el fogoso Mariscal. Esa noche de gloria, en embestida milimétricamente sincronizada, Gilberto Alzate Avendaño, se hizo a la jefatura del Partido Conservador.

El otro asalto tuvo una estrategia bien distinta. La candidatura de Misael Pastrana hizo pedazos al conservatismo de Caldas. Los líderes nacionales se la jugaron en paro contra quien, exactamente, había sacado la mitad de la votación en una Convención llevada a cabo en Bogotá. Pastrana contó siempre con el respaldo de Mariano Ospina Pérez. José Restrepo Restrepo, Hernán Jaramillo Ocampo, Fernando Londoño, Castor Jaramillo Arrubla, Evaristo Sourdís y José Elías del Hierro, conformaron un poderoso sindicato contra Pastrana. Ese terremoto sirvió de coyuntura para el surgimiento de otras lealtades. Tres grupos, rivales entre sí, pero todos pastranistas, aparecieron en la arena. Jairo Salazar Álvarez, Darío Vera Jiménez y César Montoya Ocampo se recorrieron las provincias con la bandera del candidato. Luis Enrique Giraldo Neira, Omar Yepes Alzate, Humberto Arango Escobar marcaron una línea similar, pero distinta. Rodrigo Marín Bernal, Helgidio Ramírez y Jesús Jiménez Gómez, en rancho aparte, hicieron igual proselitismo. El triunfo de Pastrana trajo consecuencias. Los tres mosqueteros que saltaron de primeros a la arena, desaparecieron porque fueron absorbidos por cargos importantes en el nuevo gobierno o la diplomacia. El enfrentamiento, se redujo entre los grupos que dirigían Yepes y Marín. Giraldo Neira, gobernador, se dedicó a perseguir a José Restrepo y a sus amigos. Pero perdió influencia. La gente encontró albergue en la amplia y soleada casona de Yepes Alzate. Así mismo, con paciencia y tenacidad, puso a tambalear a Marín a quien desmanteló de sus adherentes. En últimas, Yepes recogió todas las huestes azules, consagrándose como su jefe único.


En Alzate había un caudillo de resplandor cenital. Era un monstruo de inteligencia superior. Soberbio, un tanto paranoico, desbordado en todo. Le gustaba el zarpazo, la acometida inesperada, el mando autoritario, el gesto olímpico. Era un fuhrer. Su presencia era avasallante. En su momento histórico, fue el hombre más grande de Colombia.


En nada se parece Yepes al mariscal Alzate. Este llegaba con fuerza de ciclón. Yepes es discreto y paciente. Alzate, acaparador y único. Yepes se tomó los comandos sin causar escozor entre sus rivales. Alzate de inteligencia asombrosa. Yepes talentoso y perseverante. Alzate abría troneras con el látigo de su verbo. Yepes, con cálculo frío, demolió poco a poco la trinchera del contrario. Los discursos de Alzate eran homéricos, de literatura arcaica. Yepes maneja un lenguaje directo, dialogante y concreto. A Alzate lo acompañaba una musa bombástica. La de Yepes es reposada, expositiva y convincente. Alzate era un retórico. La armadura mental de Yepes está saturada de realismos. Alzate escribía sobre campanas y grecolatinismos arrepentidos. El fuerte de Yepes no es el parlamento; su visión de las cosas está centrada en descarnados designios. Alzate se extraviaba en consideraciones estéticas. Yepes no «sacrifica un mundo para pulir un verso»; maneja el aquí y el ahora, y en vez de hablar, actúa. Alzate fue pródigo en enseñanzas intelectuales. Yepes deja soluciones. Al Mariscal Alzate se le recordará por lo que dijo. A Yepes por lo que hizo.


Con una reflexión adicional e increíble. Ni Alzate, ni Londoño, ni nadie, ha concentrado tanto poder como Yepes. Los que quisimos ser sus émulos quedamos tendidos en el campo. Alguna vez José Restrepo le preguntaba al entonces Director de LA PATRIA : « Dígame doctor Augusto León, qué tiene ese muchacho Yepes , de Génova -su amigo- que se apoderó del Partido y acabó con nosotros» ?


Nuestro querido jefe, Omar Yepes Alzate, es humilde. Jamás tiene actitudes de hombre soberbio. Maneja una encantadora sonrisa, de sus labios salen palabras amables, es generoso y abierto, es fraterno y amigo. Su hondo arraigo es una cuestión de química; suscita solidaridad con su destino. Villegas, Londoño y Alzate serán inolvidables por sus metáforas y retruécanos, por su lirismo embalsamado, por el Dionisio Elejalde y sus discursos constitucionales. Omar Yepes estará en el corazón del pueblo por como congresista que supo llevar luz a todas las covachas de Caldas, por las escuelas que hizo construir, por las carreteras que penetraron a todas las geografías de esta comarca, 'por los puentes sobre los ríos, en fin, porque en todas las veredas sembró su nombre con benéficas realizaciones...


Por torpezas incalificables algunas veces estuvimos lejos de sus empeños políticos. Jamás de su amistad. En esta edad de inevitable reposo, reconocer la grandeza ajena es una obligación ética. Proporciona alegría predicarlo a todos los vientos.


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César Montoya Ocampo

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Abogado, Periodista, columnista. Escritor Caldense nacido en el bello municipio de Salamina